Leía con mucho asombro hace dos años el siguiente titular: “Investigadores de la Universidad de Córdoba y del Campus de Excelencia Internacional Agroalimentario (ICU), prueban los efectos antitumorales de la Coca Cola”. Tras leerlo con detenimiento, intentaban demostrar en modelo animal la inhibición de crecimiento de células tumorales. ¡Alucinante! ¿Quedarían dañadas también las células sanas?



Viene esto a cuento por la decisión del ministro Montoro de fijar un nuevo gravamen sobre los productos con alto contenido en azúcar. Podríamos preguntarnos, ¿Se trata de un afán recaudatorio o es una nueva política de salud, instrumento de lucha contra la obesidad y todo lo que significa los problemas del exceso de azúcar? Evidentemente, no descarto el primero de ellos como principal motivo, ya que muy bien vendrán los 200 millones de euros para nuestras maltrechas arcas públicas. Pero, tampoco descarto el segundo.
No cabe duda que la mejor política de salud es aquella medicina que más nos duele, que no es otra que la que ataca al bolsillo. Sea como fuere, la decisión de gravarnos hasta la cocacola no es para menos. Los científicos de la ICU podrán hacer todas las “artimañas científicas” que quieran pero otras muchas investigaciones dicen lo contrario. Por ejemplo, según Dariush Mozaffarian, epidemiólogo de la Universidad Tufts de Boston: “En muchos países se produce un elevado número de muertes debido únicamente al consumo de bebidas azucaradas, por lo que debería ser una prioridad mundial reducir su consumo o eliminarlas de la dieta” Según este investigador, este no es un problema complicado de resolver, ya que estas bebidas no tienen ningún beneficio para la salud, por lo que simplemente reducir el consumo evitaría decenas de muertes cada año.
Como consecuencia de esta noticia, han ocurrido muchas reacciones. Desde determinados profesionales de la salud que cuestionan la medida y pasan la pelota a la industria demandando una disminución de los azúcares añadidos en productos procesados. Estos últimos, a sabiendas que por demanda de mercado, a más consumo de azúcar se incrementan sus beneficios, alegan su disconformidad afirmando que ya están ejerciendo una reducción voluntaria del contenido de azúcar puesto en el mercado en estas bebidas. Y, finalizando, por los presidentes de distintas sociedades profesionales, con posiciones un tanto ambiguas, coincidentes en señalar este impuesto con un afán claramente recaudatorio ya que entienden que, en realidad, se están llevando a cabo muy pocas medidas contra la obesidad. Y, digo ambiguas, ya que los patrocinadores de muchas de estas sociedades son empresas de la industria alimentaria fabricantes y comercializadores del problema en cuestión.
Al margen de todo ello, me gustaría centrar el problema. Por una parte, la información que nos da el etiquetado de este tipo de bebidas puede estar un tanto “sesgada”. Como ejemplo, nos podríamos preguntar, ¿las bebidas light contienen edulcorantes? ¿Especifica el etiquetado la cantidad? Por otra, de modo general, no estamos acostumbrados a leer y/o interpretar adecuadamente el etiquetado de los alimentos que consumimos. Así, podemos caer en la tentación de asociar la palabra “azucarado”, con el azúcar que ponemos en una cuchara en el café. Nada más lejos de la realidad. Deberíamos de distinguir el concepto “azúcar libre”, como los causantes del problema que estamos tratando, de los azúcares “internos” y saludables que encontramos de forma natural, por ejemplo, en frutas y verduras.
Además, deberíamos de tener la conciencia crítica que éste se encuentra enmascarado y disimulado. Estoy hablando de galletas, magdalenas, zumos envasados, cereales industriales, latas de bebidas carbonatadas, pizzas, hamburguesas con sus salsas y muchos otros asociados al concepto de comida rápida. Y, por supuesto, si la industria cae en la tentación de desviar el problema a costa de las conocidas bebidas light o “sin azúcar añadido”, tendremos que recordar que es prácticamente imposible que este tipo de bebidas no contengan algún edulcorante, también muy perjudiciales. Por cierto, respondo a la cuestión anterior: NO suelen especificar la cantidad de los mismos.



Pero, del mismo modo que es una necesidad declarar lo perjudicial para la salud que es el consumo de tabaco, también podríamos plantearnos: ¿Por qué gravar las bebidas azucaradas y no hacerlo con los bocadillos de morcilla con chorizo? ¿Por qué gravar con impuestos el “blanco azúcar” y dejar exentos a “otros blancos”, como la sal y la harina refinada? ¿O los lácteos procedentes de la vaca “actuales”?
Deberíamos ser conscientes no solo del problema de obesidad que ocasiona el alto consumo de este tipo de bebidas, sino también los muchos estudios que demuestran que estos azúcares añadidos aumentan las posibilidades de sufrir síndrome metabólico y enfermedades derivadas como cardiopatías, hipertensión, diabetes y cáncer.



Lógicamente, por focalizar mi trabajo en el cáncer, me voy a centrar en él. Sabemos desde hace mucho tiempo y lo he descrito perfectamente en mis dos libros, Cáncer, un enfoque bio-lógico y Poder Anticáncer, que las células tumorales sienten una especial apetencia por la glucosa, en cierta manera, son esclavas metabólicas de este nutriente. Y la mejor prueba que confirma lo que acabo de decir es que en muchas ocasiones los oncólogos, ante la sospecha de un tumor, deciden que el paciente se someta a una prueba diagnóstica muy sofisticada, la Tomografía por Emisión de Positrones, más conocida como PET. Para ello, antes de ser analizada, se inyecta a la persona un análogo sintético de la glucosa (una especie de azúcar artificial), ligada a una sustancia radioactiva. El resultado de dicha unión es un compuesto denominado por sus siglas, FDG, que nos permite visualizar la localización del tumor ¡pues la glucosa es ávidamente absorbida por toda célula neoplásica activa, debido a su enorme necesidad de azúcar!
Otra prueba de ello es que las personas diabéticas tienen un riesgo mayor de padecer cáncer. Un ejemplo de ello lo tenemos en el cáncer colorrectal, donde unos niveles elevados de glucosa son capaces de activar ciertos factores de crecimiento e inflamatorios que, a su vez, permiten estimular el crecimiento de los pólipos intestinales, algunos de los cuales más tarde se convertirán en cáncer. Si a ello añadimos que otros factores, como el perímetro de la cintura, la grasa visceral, el índice cintura-cadera y de masa corporal, la vida sedentaria y la ingesta energética, también generan altas tasas de insulina, no es de extrañar las mayores posibilidades de desarrollar cáncer que tienen estas personas.



Entonces, ¿qué tipos de azúcares no es conveniente tomar; acaso ninguno? Del mismo modo que siempre argumento que lípidos sí, pero no de cualquier clase, con los hidratos de carbono ocurre exactamente lo mismo. En concreto, debemos ser muy cuidadosos con los índices y la carga glucémica de los alimentos que ingerimos, algo que tendremos debidamente en cuenta cuando diseñemos nuestro plan nutricional. Existen diversos estudios que respaldan los beneficios de una dieta saludable rica en alimentos con bajo índice glucémico, en concreto sobre la salud mamaria. Uno de ellos, realizado por el Instituto Carolino en Estocolmo (Suecia), demostró que la mujer que sigue dietas con alta carga glucémica tiene mayores probabilidades de desarrollar cáncer de mama. El motivo es que las dietas con alta carga glucémica elevarían las concentraciones de insulina y de determinadas hormonas sexuales en el organismo, lo que favorecería el desarrollo y la diseminación de las células tumorales mamarias.
Esto ha provocado que, desde no hace mucho tiempo, se estén comenzando a in
Éstas, de forma personalizada y debidamente dirigidas, pueden ser de gran interés pero también pueden conducir a un estado conocido como cetosis, susceptible de conllevar algunas complicaciones, motivo suficiente para que este tipo de estrategia dietética sea estrictamente supervisada por un profesional cualificado.
Espero que disfrutéis de las fiestas navideñas, pero en relación al consumo de “azúcar”, todo es cuestión de equilibrio. Por cierto, la buena estevia, que no el esteviol sintético, y la panela son buenas alternativas al “azúcar de cuchara”.
¡¡Salud amigos!!