El laberinto vegetal de Longleat.
El laberinto vegetal de Longleat, considerado el más largo del mundo, se encuentra en la casa del mismo nombre, propiedad de los Marqueses de Bath, situada entre Warminster y Wiltshire en Somerset Inglaterra y reconstruida en 1580 en estilo Tudor.
La casa fue construida por Sir John Thynne y diseñada por Robert Smythson y quedó destruida por un incendio en 1567 por lo que tuvo que ser reconstruida durante los doce años siguientes.
En los exteriores ajardinados de la gran mansión encontramos el enorme jardín, con un juego laberíntico muy singular de 2,72 km de largo, que incluye hasta 16000 plantas de seto inglés y que ocupa una superficie de 0,61ha. Los setos tienen una altura de 2,44m de forma que es imposible ver por encima de ellos para encontrar la salida. Recorrerlo hasta el centro lleva aproximadamente 90 minutos.
Como opción de emergencia, este laberinto vegetal tiene varios carteles indicativos de dirección en los que se lee: ‘lift if lost’ (Levantar si están perdidos) para aquellos visitantes que deciden desistir en su búsqueda de la salida.
Para facilitar el juego a través de sus recovecos, se incluyen seis puentes que permiten una vista elevada del conjunto, el camino correcto termina en una torre desde la que se puede contemplar la totalidad del juego laberíntico. Para el correcto mantenimiento de los setos hacen falta seis jardineros que realizan las labores de poda cada 6 meses.
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El origen de los laberintos
Los laberintos tienen su origen en el Mediterráneo el de más antigüedad se encontró grabado en unas tablillas de unos 3200 años en un yacimiento griego. Aunque también existen evidencias de que el faraón Amenemhat III, de la XII dinastía, hacia el 2000 a. C. fue enterrado en el centro de uno de ellos.
Según la mitología griega el primer laberinto fue diseñado por orden del Rey Minos para encerrar al Minotauro, el encargado de su construcción fue Dédalo. Cada año se ofrecían en sacrificio 14 jóvenes (7 chicas y 7 chicos) que eran entregados al Minotauro. Fue Teseo el que utilizando el hilo de oro que le había regalado su amada Ariadna, consiguió llegar al centro del laberinto y logró dar fin a la bestia.
Los laberintos están diseñados como un juego, un desafío para la inteligencia que marca como objetivo encontrar la salida. Sin embargo a un nivel mas simbólico se dice que recorrer un laberinto es una eficaz forma de autoconocimiento, como una búsqueda interior y puede resultar una experiencia interesante y muy reveladora.
Significado simbólico del laberinto
Todos sabemos que un laberinto es un espacio al que resulta muy fácil entrar pero algo más difícil salir. Un intrincado lugar creado por la mano del hombre que cuenta con diversas calles o pasillos, callejones sin salida y encrucijadas varias para qué la persona o personas que deciden entrar en él se confundan y les resulte bastante complicado, si no imposible, hallar la salida.
Lo cierto es que los laberintos han fascinado a la mayoría de las antiguas culturas de todos los puntos del planeta desde el antiguo Egipto hasta la India, pasando por las mas conocidas culturas precolombinas. Han sido protagonistas de diversas escenas artísticas, los hemos encontrado en cuadros, en piezas musicales, catedrales, películas y, por supuesto, en jardines.
¿Pero qué es lo que realmente nos atrae de ellos? Adentrarte en un laberinto es una búsqueda de lo desconocido, es ir al encuentro de algo que permanece oculto o protegido por alguna razón. ¿Un camino para el autoconocimiento? ¿Un particular viaje hasta tu verdadera esencia, tu santuario interior? ¿Una referencia a la purificación a través de la vía espiritual?
Hace poco leí: «el laberinto es un misterio, no un problema», el autor explicaba que los problemas necesitan de una solución, sin embargo los misterios lo que requieren es ser vividos con intensidad, pues suponen para nosotros una vía de transformación. Según este mismo autor un laberinto puede ser contemplado como el descenso al infierno que suele preceder a la ascensión al cielo, cómo la noche oscura del alma previa al misticismo de la que hablaba San Juan de la Cruz, en definitiva si lo finalizas con éxito pueden ser considerados el despertar a una nueva vida.
Recorrer un laberinto nos purifica, refuerza la autoestima, ilumina la mente y nos prepara para ir al encuentro del tesoro que permanece escondido en su centro. Un valioso y preciado tesoro que, desde el Amor que representa el hilo de Ariadna, podremos compartir con quienes aún no se han animado a adentrarse en su propio laberinto.
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