En los Andes, la escasez de palabra predispone, desde la infancia, a procesos meditativos. Nosotros, no precisamos sentarnos en determinada posición ni vestir de trascendencia ese momento ni tener un lugar específico. Meditar para nosotros, es vivir el presente plenamente, es convertirse en lo que uno hace, es rebosar de agradecimiento y dejar plantado a la turbulencia mental, que obliga al habitante de esta civilización a pensar incluso, contra su voluntad.
El silencio en la mayoría de los casos permanece al fondo a la derecha de la vida, hecha añicos, los pensamientos, saltando de árbol en árbol, recordando orígenes primates, el silencio es algo más que ausencia de palabras, es intención enfocada, es energía con intención definida, es profundidad coherente, es tiempo paralelo desde el cual se abren puertas a otros universos que también están aquí, es transitar senderos de unicidades, donde constatamos que todo es uno y todo está vivo.
Vivir alerta sereno es la antesala de la meditación. Los bebes viven en meditación, a su manera, meditan gran parte del día, casi nada muerde su silencio. Gradualmente la educación familiar y luego oficial, invaden su territorio y en nombre de socializarlos, se abren las puertas del silencio y se quita el techo a esa frecuencia vibratoria y comienza el entrenamiento para vivir corriendo, atacando, defendiéndose, comparándose, compitiendo. La educación se presenta obligatoria para que ninguno sea privado del derecho de ser confundido, es decir, entrenado para la infelicidad.
IVESHAMA es nuestro método de chamanismo basado en las sabidurías ancestrales. Es la aclimatación a este tiempo de una espiritualidad natural, donde lo sagrado y lo mundano se dan de la mano y comienzan a caminar juntos, como en épocas remotas, cuando la sabiduría y la magia, se paseaban tranquilas por las calles del presente, sin que ninguna religión intentara acapararlos. En nuestra metodología, meditar se parece tanto a vivir despiertos, consciente de nuestra fugacidad, saboreando cada momento, presintiendo que cada día es por última vez y que no podemos evitar el paso del tiempo sin embargo, está en nuestras manos, el convertir el paso inevitable del tiempo en crecimiento.
En ese contexto es posible meditar contemplando la montaña o el mar, contemplarlos plácidamente hasta convertirnos en lo que observamos. Se trata de superar la dicotomía observador-observado, sujeto- objeto y abordar sin intermediarios la unicidad de la que en el fondo somos parte. Cuando al contemplar la montaña, te sientes parte de ella, ya comenzó la meditación. Cuando al observar el mar y su infinitud visual te conviertes en lo que observas y las olas van y vienen y pueden sentirlas porque eres tú quien fluye rítmicamente, ya comenzó tu meditación.
También es posible meditar caminando en círculo, escuchando el sonido de nuestros pasos, caminar sin prisa, sin destino, como si solo fuéramos pies que caminan. Si al danzar dejas que el movimiento se apodere de tu cuerpo, de tus cuerpos y se haga cargo de tu circunstancia existencial y convertido en un río te transporte hasta fundirte en él, comenzó tu meditación. Podrías hacerlo cantando, cualquier melodía que resuena en tu interior y te conmueve; cuando te conviertes en sonido y te dejas llevar por él, ya empezaste a meditar.
Para meditar tranquilamente, quizá precises olvidar las definiciones e ideas que tienes sobre meditación y enfocarte simplemente en ese proceso placentero de convertirte en lo que haces, como bebés jugando con las estrellas, presintiendo que compartimos el origen y el destino.
CHAMALU.