Mientras hay países con población analfabeta, en España parece que la mayoría de los niños odian todo lo referente al estudio. ¿Por qué? Quizá no valoramos lo bueno que tenemos, o quizá lo bueno que tenemos se ha convertido en algo tan aburrido que ya no nos interesa. Hemos olvidado cuál es el sabor de aprender…
Occidente ya no valora el aprendizaje
Hace poco más de dos semanas, Malala Yuosafzai, una niña afgana de 14 años, fue tiroteada por participar en una actividad en la que reivindicaba el derecho de las mujeres afganas a estudiar. Aparte del valor, más que probado, de Malala, tan sólo una niña, este hecho me ha hecho pensar sobre qué nos pasa, o mejor dicho, qué les pasa a nuestros niños y sobre todo a nuestros adolescentes con el tema del aprendizaje. Me hago la siguiente pregunta, y si alguien sabe contestarla, le pido por favor que lo haga dejándome un comentario: ¿Qué está ocurriendo en los colegios y en las universidades?
La lectura debe ser acorde a la edad
Hace algunos años tuve una conversación con mi sobrino que entonces tenía unos dieciséis años. Hablamos sobre libros. Me comentaba que tenía que leer uno por orden de su profesor de literatura, La casa de Bernarda Alba, de Lorca. Me sorprendió que aún se mandara leer este tipo de libros a niños de su edad. El libro es para un público adulto, bastante adulto, diría yo. Quien lo haya leído o haya visto la película, sabe de lo que hablo y lo entenderá perfectamente. Por supuesto, mi sobrino estaba más que aburrido con el libro y apenas lo abría, volvía a cerrarlo, pues no le enganchaba la lectura y ¿el tema? Creo que ni siquiera llegó nunca a saber de qué se trataba. ¿Qué aprendió mi sobrino con esto? Que leer libros es un aburrimiento. Y por extensión, que todos los libros son aburridos. ¿Qué consiguió su profesor con esto? Sinceramente, creo que nada. Probablemente mi sobrino acabó haciendo el trabajo requerido copiándolo de internet o de cualquier otro compañero, o haciéndolo mal y pronto, sobre los párrafos de la contraportada. Lo sé porque así funcionábamos también antes. Recuerdo perfectamente haber hecho el trabajo sobre La Celestina fijándome en lo que ponía en los márgenes del libro, que por cierto, ya venía preparado para que el alumno pudiese hacerlo así. Hoy, mi sobrino es un adulto de casi veinte años, y lamentablemente, no lee. Es la consecuencia de una enseñanza desfasada y muy errada.
Esto es sólo un ejemplo y la literatura es sólo una parte de lo que se enseña en las escuelas pero, si ocurre esto con las letras, ¿qué no ocurrirá con los números, las ciencias, y otras materias, ya de por sí difíciles de comprender, de tragar, de digerir, y de cagar, con perdón? Y hago otra pregunta: ¿Qué problema tiene Harry Potter? Porque sinceramente, si existen libros para niños, es decir, si hay escritores que se molestan en escribir libros para otras edades, ¿por qué en los colegios no se pide que se lean estos libros? Me crucificarán por decir esto pero, los clásicos no siempre son los más adecuados. Me encanta leerlos, pero también hay escritores maravillosos hoy día. ¿No será más fácil que un niño aprenda a amar la lectura si el libro le atrae, le divierte, le enseña, le fascina, le atrapa, y le lleva a volar con su imaginación, que si le aburre en el más amplio sentido de la palabra?
Los que enseñan no aprecian su trabajo
Hace poco tuve una conversación con dos profesoras de instituto. Yo les decía que era importante enseñar otro tipo de materias a los niños en las escuelas. Me preguntaron cuáles. Les di algunos ejemplos: manejo de emociones; pensamiento positivo; autoestima; a hablar y expresarse con corrección; a compartir; a trabajar en equipo; a tomar decisiones; y otras cosas que serán muy necesarias cuando crezcan, para ellos y para el mundo que harán con sus propias manos y sus propios actos. La respuesta de estas dos profesoras fue ponerse a la defensiva, molestarse, y preguntarme de nuevo tres veces más qué tipo de cosas eran a las que me refería. Volví a repetir las mismas, incluso añadí alguna, pero hicieron que no las oían y de nuevo me pidieron que les dijera qué cosas. ¡Parece una broma, pero es real! Volví a repetirlas y contestaron: “A la gente le gusta mucho decir que se debería enseñar otras cosas en los colegios pero nunca dicen qué cosas.” Obviamente, no continué la conversación. Estaba claro que no querían saber ni ver, más allá de sus narices. Me pregunto qué pasa con los alumnos de estas profesoras y si hay más así, y si son los responsables de que casi ningún niño quiera estudiar hoy día ni sepa a qué sabe aprender. ¿Y los profesores, recuperarán el sabor de “enseñar”?
Espero que podamos regresar a saborear las mieles del aprendizaje como hacían los antiguos griegos y a valorar a una persona por sus estudios también y no sólo por su dinero, como suele ser la norma general ahora. Yo amo aprender, pero recuerdo que de adolescente me hicieron odiarlo. ¿Y a ti?
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