Tercera entrega de la serie de artículos en los que Fernando Vizcaino nos adentra en el mundo de los vampiros energéticos conscientes.
Quinto paso: ¡el vampirazo!
Cuando el vampiro ya tiene a la persona de su elección en el lugar y momento que haya considerado más favorables, llega el momento crucial en el que hará por desplegar todo su repertorio de seducción
El repertorio de seducción de estos especímenes, puede variar en gran medida conforme a la experiencia, cualidades personales, y habilidades desarrolladas por los mismos a lo largo de sus vidas. Pero, ni que decir tiene que, todos ellos, coinciden en el hecho de haber llegado a desarrollar una gran capacidad para la oratoria, y consecuentemente, una capacidad igualmente desarrollada para dirigir las conversaciones por aquellas direcciones o derroteros más convenientes para sus intereses personales.
Por ejemplo: el primero de estos tres vampiros energéticos conscientes que tuve ocasión de conocer, era una muchacha tan atractiva como promiscua a la que aquí daremos el nombre de Carla que, una vez tenía a sus víctimas satisfactoriamente acomodadas en el sofá del salón de su casa después de haber cenado en su compañía algún exquisito plato que ella misma había preparado, comenzaba a capturar su atención valiéndose de una forma de intriga poderosamente sugestiva: la intriga sexual.
Además de muy atractiva y promiscua, Carla era bisexual. Por lo que indistintamente atraía hacia sí a individuos de ambos sexos. Los invitaba a cenar a su casa, se liaba un primer conutito de marihuana durante la sobremesa y, paulatina y muy sutilmente, o no tanto, comenzaba a alagar a sus invitados haciendo resaltar tanto las que quisiera que pudieran ser sus cualidades personales, como su belleza y atractivo físico, instigándolos de este modo a desarrollar la idea de que pretendía acostarse con ellos. Y, supongo que no hará falta decir, que siguiendo estos derroteros, muy difícilmente no conseguía capturar la total atención de sus acompañantes, dejándolos completamente cautivados a la expectativa del más que sugerente desenlace que aquella velada pudiera tener.
No obstante a todo esto, una vez Carla había capturado y dirigido la atención de sus víctimas hacia la idea de que pretendía acostarse con ellas, no solo no tomaba ninguna iniciativa hacia al respecto, sino que desviaba el hilo de la conversación hacia otros temas de muy diversa índole para, posteriormente, volver a hacer alguna que otra insinuación sexual aislada como forma de recordatorio de lo que realmente estaba en juego. Algo que además hacía ostentando una confianza y seguridad en sí misma abrumadoras. con la que habitualmente dejaba completamente desarmados a sus interlocutores. Una forma de comportamiento a un mismo tiempo mareante e intimidatoria cuidadosamente estudiada con la que, mientras que conseguía capturar toda la atención de sus víctimas inspirándoles su deseo carnal, también conseguía tanto el sembrarles la duda de si aquello que estaban interpretando era o no real, como el dejarlos completamente desarmados a la espera de que fuese ella quién diese el primer paso en el supuesto caso de que, vuelo a insistir en ello, realmente aquella tan intrigante muchacha tuviese en mente llegar a tener un encuentro sexual con ellas.
Pero, curiosamente, Carla nunca terminaba de tomar la forma de iniciativa que, dada su forma de comportarse, hubiese cabido esperar de ella. Y lo que sucedía al final de cada una de estas veladas, era que tras el paso de a saber cuantas horas en la que su víctima se había pasado confiriéndole su atención y transfiriéndole su energía vital y deseos sexuales, ésta terminaba por encontrar la forma de hacer acopio de las pocas fuerzas que le quedaban para levantarse de su asiento, y marcharse a su casa derrotado por el cansancio cuestionándose todavía qué había sucedido allí realmente aquella noche; si acaso realmente ella había tenido intenciones de índole sexual; y en tal caso, por qué al final no había sucedido nada.
––¿Acaso es que ella esperaba que fuese yo quién tomase la iniciativa? ––. Pensarían entonces la mayoría. ––¿O es que acaso no es una de esas muchachas que se acuestan con otra persona en la primera cita porque por alguna extraña razón dada su descarada forma de conducta, quiere ir más despacio?
“Sí, quizá sea eso, veremos qué pasa la próxima vez…
El segundo de estos tres especímenes de vampiro que tuve ocasión de conocer, era una mujer que rondaría los setenta años de edad a la que aquí daremos el nombre de doña Alejandra, que se ganaba la vida a mochileros en la casa.
Doña Alejandra era una mujer que se había labrado la fama de ser una bruja en el buen sentido de la palabra; es decir, de una mujer que había desarrollado una poderosa intuición y acumulado un sinfín de conocimientos esotéricos que, por descontado, ponía al servicio de los viajeros que acudían a su casa en busca de respuestas.
No cabe duda alguna de que doña Alejandra se sacaba un buen dinerito a costa de sus huéspedes. Pero lo que estos últimos no sabían, era lo bien que la señora se lo pasaba extrayéndoles también ingentes cantidades de su energía vital durante las veladas que pasaban en su compañía junto a la chimenea de su casa escuchando sus no menos intrigantes que sugerentes discursos acerca de los que eran sus conocimientos esotéricos.
Pese a todo esto, el único conocimiento esotérico o extraordinario que doña Alejandra realmente conocía y empleaba, por descontado, únicamente en beneficio propio, era precisamente aquel del que no hablaba a ninguno de los muchos incautos que caían en sus redes: el de que a través de la atención viaja la energía vital ––ni que decir tiene ya a estas alturas de la obra––, de quienes se la confieren a otras personas.
Esto es algo que yo mismo pude comprobar, porque cuando tuve ocasión de conocerla sí sabía lo suficiente acerca de temas esotéricos, como para poder llegar a la conclusión de que no era más que una charlatana. Aunque, eso sí, antes de poder llegar a forjarme esta idea de ella, pasé una más que intrigante noche en su compañía escuchándola y dejándome llevar por sus teje manejes y demás enredos manipuladores, con los que, debo reconocer, logró capturar toda mi atención durante horas enteras mientras que se pegaba un inolvidable festín a costa de mi energía y demás sentimientos que, mediante el halo de misterio que tan impecablemente consiguió crear en torno a su persona, también hube de transferirle a lo largo de la velada.
Lo que todavía no sabía en aquel entonces, era que la energía vital viaja a través de la atención, y que había personas como doña Alejandra que, tras haber tenido acceso a esta forma de conocimiento, terminaban convirtiéndose en auténticos vampiros energéticos, llamémoslos, profesionales. Y, por supuesto, hasta que yo mismo terminé por descubrirlo, no comprendí qué fue lo que en realidad pasó aquella noche en su compañía, ni porque aquella mujer tuvo reacciones tales como, repentinamente, romper a reírse a carcajadas ante mis propias narices tras advertir la cara de total asombro con la que me la quedé mirando después de que realizase alguna de sus continuas intervenciones.
Al tercero y último de tan particulares personajes, sí tuve ocasión de conocerlo cuando ya había sido iniciado en los que en aquel momento de mi vida todavía eran para mí los intrincados senderos de la atención y la energía. Por lo que, aunque no me resultó nada fácil, finalmente sí pude descubrirlo, e incluso arrancarle su confesión debido a las circunstancias ya referidas.
Continuará…….