La contaminación del aire afecta a millones de personas en todo el mundo. Una de las principales causas de la contaminación es la quema de combustibles fósiles. Por si fuera poco, también está detrás de la crisis climática que pone en peligro el planeta en el que vivimos. Tenemos que concienciarnos porque el aire que respiramos perjudica a cada parte de nuestro organismo. A continuación, analizamos tres formas de combatir la contaminación del aire.
Reducir la producción del carbón
Cualquier combustible fósil es malo, pero el carbón es el peor. Cuando se quema, emite más dióxido de carbono que el petróleo o el gas para generar la misma energía. Esto agrava el calentamiento global. El carbón también es tóxico. Al quemarlo emite sustancias como mercurio o arsénico. Pequeñas partículas de hollín que agravan la contaminación. Y, al respirar, estas micropartículas afectan a nuestros pulmones y nuestro corazón incrementando el riesgo de ataques.
Pero lo peor del carbón es lo extendido que está. Más de un tercio de la electricidad mundial todavía se produce con carbón. Las centrales térmicas de carbón degradan la calidad del aire en cientos de kilómetros a la redonda. En ocasiones, están ubicadas en las propias ciudades, afectando a millones de personas que no pueden escapar de la contaminación.
Necesitamos urgentemente librarnos del carbón y obtener nuestra energía de fuentes renovables como la eólica o la solar. Algunos países ya están en ello y por eso en 2019 el carbón registró la mayor caída de su historia. En España estamos cada vez más cerca de extinguir el carbón como fuente de energía eléctrica. Aunque todavía no existe una normativa que establezca su cierre como en otros países. Y necesitamos que muchos más países avancen hacia las renovables. En Greenpeace incluso hemos demostrado que es posible cerrar el carbón en 2025.



Comprar menos coches y más limpios para evitar la contaminación del aire
Casi todos los coches funcionan con combustible fósil, ya sea diésel o gasolina. Y, al igual que sucede con el carbón, quemar combustible nos sale caro. Los coches diésel y gasolina emiten CO2 y otros gases que nos afectan gravemente. Entre ellos, el dióxido de nitrógeno (NO2) que sale de los tubos de escape es una de las sustancias que más daña nuestra salud. Pero hay otras formas de moverse que nos permiten prescindir del coche.
Cada vez más ciudades están redescubriendo las ventajas de reducir el tráfico. Ya sea mediante más zonas peatonales o con mejores infraestructuras de transporte público. Los beneficios son inmediatos: más espacio para todos, un aire más limpio y una población más activa y saludable.
Y para los trayectos que todavía requieren hacerse en coche, debemos empezar a concebirlos de otra forma. En lugar del diésel y la gasolina, los vehículos deben ser 100% eléctricos para llegar a las cero emisiones ‘in situ’. Evitando así miles de fuentes de contaminación repartidas por la ciudad. Y si se recargan mediante energía renovable, sus emisiones totales son mucho más bajas. Tan solo las ligadas a la fabricación y desecho del vehículo.
Por este motivo es beneficioso apostar por vehículos más pequeños y de titularidad compartida. Así, todo el mundo puede tener acceso a un coche cuando lo necesite sin tener que fabricar y comprar un automóvil por persona.
Luchar por conseguir un aire limpio
Podemos vencer a la contaminación atmosférica si trabajamos de forma unida. En Bélgica, padres y madres se movilizaron para reducir la contaminación de sus colegios. Bruselas ha decidido prohibir los vehículos diésel y gasolina en 2030 e invertir más en transporte público y vías ciclistas.
En España, decenas de iniciativas han surgido en todo el país para cambiar el modo de consumir hacia la energía eléctrica. En busca de unos hogares y empresas más sostenibles y respetuosos con el planeta gracias a las energías renovables. Estamos en los inicios de una revolución energética ciudadana y ejemplos como las “compras colectivas para autoproducción fotovoltaica”.
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