La Revolución verde y las semillas manipuladas

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En los años 60 del siglo XX, una nueva agricultura basada en semillas manipuladas para soportar altos niveles de fertilizantes y plaguicidas químicos prometía modernizar la agricultura para acabar con las luchas campesinas que querían recuperar la tierra de la que habían sido desposeídos por las políticas coloniales y resolver el hambre en el mundo. Era la:

“Revolución Verde”

Sin embargo, la falta de alimentos no era debida a estrategias campesinas poco productivas fruto de una experimentación milenaria que promovía la diversidad de cultivos combinando cereal, legumbres y hortalizas, empleaba semillas locales mejor adaptadas al territorio, usaba poca agua, producía biomasa suficiente para fortalecer la fertilidad del suelo y practicaba una economía circular en la que casi todos los recursos productivos procedían de la misma finca sin necesidad de comprarlo.

El modelo campesino favorece la economía local y trabaja a favor de la naturaleza. Las hambrunas se producen al entregar las tierras más fértiles a los grandes productores para la exportación relegando a los campesinos a tierras poco productivas. Países como México o la India que -tras la descolonización- redistribuyeron la tierra y crearon Institutos de Investigación contando con los campesinos, experimentaron un incremento de productividad agraria y aumentaron la seguridad alimentaria de la población.

La agricultura convertida en negocio

La Fundación Ford, la Rockefeller y la Agencia de Ayuda al Desarrollo (USAID) de EEUU necesitaban convertir la agricultura en un negocio a escala mundial. A pesar de la ruina provocada en el campesinado del propio EEUU, de la erosión del suelo, el mayor consumo de agua y la pérdida de fertilidad de la tierra, impusieron el monocultivo, la mecanización y sus semillas “enanas” (generan poca biomasa) muy productivas combinadas con abundancia de fertilizantes y plaguicidas químicos de sus multinacionales.

La violencia de la agricultura industrial comportaba más gastos (en lugar de guardar la semilla de la cosecha anterior hay que comprarla, al igual que fertilizantes, plaguicidas y maquinaria). USAID y el Banco Mundial prestaron el dinero a los gobiernos para impulsar este modelo de desarrollo agrario en cada país. Las resistencias a esta nueva agricultura se combatieron formando a los agrónomos jóvenes, financiando la transición a los agricultores exportadores medianos y grandes, sustituyendo ministros y directores de Institutos de Investigación reacios y coaccionando a los gobiernos no vendiéndoles grano en años de sequía si no firman el “paquete de la Revolución Verde”.

De nada sirvió

Ahora, 60 años después sabemos que esta falsa revolución no ha acabado con el hambre en el mundo, ha generalizado la malnutrición asociada a la alimentación procesada y a los residuos tóxicos que acompañan a los alimentos, produce epidemias alimentarias (cáncer, alergias, obesidad y enfermedades autoinmunes) y destruye la fertilidad de la tierra, envenena suelos y aguas. Lo peor es que han conseguido que los agricultores y ganaderos convencionales que han sobrevivido defiendan que no pueden producir sin agrotóxicos y sin ayudas públicas.

La verdadera revolución verde es la agroecología campesina asociada al consumo responsable.

Pilar Galindo, La Garbancita Ecológica

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