La ansiedad en niños tiene muchas formas de manifestarse. Suele aparecer en forma de temblores en las manos, insomnio o dificultades para respirar. También pueden aparecer manifestaciones psicológicas como miedos injustificados o pensamientos malos. Por ejemplo, los niños pequeños a menudo sienten mucha angustia al separarse de sus padres. Cuando los sentimientos de miedo y tristeza son extremos nos encontramos ante un típico caso de ansiedad.
Ansiedad en niños tratamiento natural
Siempre recomendamos acudir a un especialista que haga un informe detallado y valore cual es el mejor tratamiento natural para nuestro caso. Hay estudios que dicen que un uso prolongado de ansiolíticos pueden crear dependencia y que con el tiempo pierden eficacia.
Seguro que en nuestras casas las abuelas nos aconsejarán infusiones para relajarse. Hay una gran variedad de infusiones que contribuirán al relax: tila, manzanilla, valeriana, kava o regaliz. Incluso hay quien mezcla los sabores anteriores. El efecto no es inmediato, hay que tomársela varios días de forma continuada para calmarnos. Con el paso de los días notarás una mejora del estado anímico, su sistema nervioso te lo agradecerá.
Para reducir la ansiedad en niños, en ocasiones la mejor medicina es practicar un poco de meditación o aprender a respirar. Hay un montón de técnicas y ejercicios que pueden practicar los niños y que, a través del juego, le ayudarán a encontrar un espacio de calma mental. Estos ejercicios ayudarán a que desaparezcan los pensamientos negativos.
Si prefieres que practiquen deporte, también les ayudará a sacar los nervios que llevan dentro. Incluso puedes animarles a bailar, salir a correr o ir en bicicleta.
Síntomas de ansiedad en niños de primaria



Los síntomas más comunes de ansiedad en niños son nerviosismo, taquicardia, sudoración excesiva o dificultad para respirar. Pero también existen otros factores que nos pondrán en alerta. Analizamos todos los síntomas a continuación.
El nerviosismo y las taquicardias nos podrán en alerta de un posible caso de ansiedad. El niño notará como que el corazón se le acelera y late con más fuerza. Puede asustar al pequeño porque no sabe por qué le pasa eso, nuestra labor es evitar que tenga miedo e intentar comprenderle para decirle cómo conseguirá superarlo. Incluso si lo encontramos más susceptible y sensible ante cualquier situación, conviene prestarle mayor atención y cariño.
Otro síntoma es la sudoración excesiva. El nerviosismo que provoca un ataque de ansiedad hace que el cuerpo sude más. También suelen tener dificultad para respirar. Conviene tranquilizar al pequeño ensañándole ejercicios para que aprenda a tener una respiración pausada. Cuidado porque al tener dificultad para respirar puede provocar mareos o dolores de cabeza intensos.
Los padres tenemos que estar pendientes e evitar que tenga una preocupación excesiva. Los niños con ansiedad suelen ser muy perfeccionistas y exigentes consigo mismos. No deben preocuparse en exceso por las cosas más triviales.
El pequeño puede perder la confianza en sí mismo, su autoestima. En estos casos tenemos que animarle y reforzarlo positivamente, decirle todo lo que vale, todo lo que hace bien, intentar que su atención se dirija hacía sus virtudes y no hacia sus supuestas carencias. Otro síntoma puede ser la falta de concentración causada por la ansiedad. Puede que encuentres al niño algo despistado.
Los pensamientos negativos también pueden deberse a la ansiedad. Podría ser como una actitud de defensa. Hay casos donde también aparecer tics nerviosos como tirarse del pelo o morderse las uñas.
Ansiedad en adolescentes: como ayudarles



La ansiedad no afecta igual a los niños que a los adolescentes. Por ello, ahora vamos a aprender a ayudar a los jóvenes que ya no son tan niños. Lo primero que notaremos es un cambio de carácter, aumento de preocupaciones o pensamientos negativos. Tienen síntomas muy similares a los niños, aunque el tratamiento será diferente. Por ejemplo, pueden tener mareos, temblores, lo que ya hemos analizado en el punto anterior.
La mejor forma de tratarlo es tener una comunicación fluida con el adolescente. Intentemos que se desahogue con nosotros, que se sienta comprendido. Pero sobre todo no forzarle a hablar, que sea algo espontáneo, esperar a qué necesite expresar lo que lleva dentro. Hay que tener tacto y no quitar importancia a hechos que para un adulto pueden resultar intrascendentes.
En todo momento hay que creer al adolescente e intentar comprenderle. Trata el tema con naturalidad, evitando tabúes. No tenemos que juzgar el comportamiento del joven, tenemos que ayudarle a superarlo. Conviene animarlo a enfrentarse a sus miedos. Evitemos preguntas cerradas que supongan una determinada respuesta. Siempre es mejor hacer preguntas abiertas del tipo ¿Cómo te encuentras?.
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