Qué importante es, cuando se busca algo, saber qué es lo que se está buscando.
Ahí es donde radica nuestro problema: no sabemos qué estamos buscando.
Primero sentimos que algo no va bien; que las piezas del rompecabezas de nuestra vida no encajan como debieran sin importar qué camino hayamos elegido con anterioridad.
Luego, un buen día, sentimos la llamada del corazón; una sugerente llamada interna que, de una forma u otra, nos empuja a romper con todo… A dar ese salto al vacío que entraña la cesión del control de nuestras vidas a la voluntad de lo desconocido.
Y es en ese preciso momento cuando el terror se apodera de nosotros.
Desde lo más profundo de nuestro ser aflora el anhelo de soltar amarras y dejarnos llevar como hojas a merced del viento en alas de la inmensidad. Pero nuestro corazón es todavía muy débil. No encontramos la fe en nuestras sensaciones internas, y sí en las palabras de alarma que retumban en nuestras cabezas. Nadie quiere convertirse en una marioneta en manos del destino hasta el extremo de preferir quedarse con lo puesto. Por muy desconsolador que esto nos resulte.
Sin embargo, muy de vez en cuando, a alguno de nosotros le llega la hora de dar un paso más hacia delante.
Es nuestro momento. Pero debemos de permanecer atentos y no por ello alimentar nuestra vanidad. Porque eso sería como caminar hacia detrás y, ciertamente, llegado el día en el que alcanzamos el grado de conciencia necesario, no es solamente nuestro coraje el que nos impele a avanzar… Nuestra desesperación también nos instiga a ello. Nadie puede lidiar eternamente con el sentimiento de vacío que nos inspira la idea de que todo lo que hemos aprendido acerca de nosotros mismos y del mundo que nos rodea es un mero espejismo, y de que todo lo que de verdad importa continua oculto en alguna parte fuera del alcance de nuestra mirada.
Entonces encontramos el impulso que nos permite romper con la telaraña conformada por nuestros sentimientos de seguridad, con los cordones invisibles que nos sujetan al mundo de lo conocido… Y comenzamos a adentrarnos en ese otro mundo cuyas reglas desconocemos.
Llegado a este punto, teniendo en cuenta que lo hemos dejado todo atrás y que lo único que nos queda para guiarnos es esa extraña voz que proviene de nuestro silencio interno… Fácilmente volvemos a estancarnos.
Se dice que la búsqueda es interna. Y es completamente cierto. Pero nadie nos dice qué es exactamente lo que debemos encontrar en nuestro interior; a qué lugar o estadio de conciencia tendría que conducirnos esa llamada interna: la llamada de nuestro corazón.
A la postre, confundidos, acabamos volcando nuevamente nuestra atención sobre el mundo y personas que nos rodean. A fin de cuentas… ¿Qué es eso de volcar la mirada hacia nuestro interior? Esa es una idea que para muchos resulta demasiado abstracta. Incluso para aquellos de entre nosotros que nos consideramos mejor encaminados que otros porque practicamos las disciplinas del yoga o la meditación diariamente, o porque hemos leído un sinnúmero de libros y absorbido una multitud de conocimientos esotéricos.
Sí, es cierto, hemos cambiado y mejorado nuestros hábitos. Ahora meditamos en lugar de salir de fiesta; consumimos sustancias psicotrópicas en lugar de drogas sintéticas; y hablamos con nuestros amigos de temas espirituales en lugar de sentarnos en su compañía frente al televisor para ver un partido de fútbol o jugar a la Play-station… Pero al final de la corrida continuamos pasándonos la vida entera hoy en busca de “esto”, mañana de “aquello otro”, creyendo siempre que una vez que obtengamos nuestro nuevo y tan anhelado objeto de deseo encontraremos la paz en nuestros corazones. Y, a la postre, nada termina significando para nosotros aquello que inicialmente creímos, y no nos queda otro remedio más que el de, ¡una vez más!, reemprender nuestra, al parecer, siempre infructuosa búsqueda.
Continuamos sin saber qué estamos buscando y dónde buscarlo. Y no nos queda otra cosa que hacer que continuar alimentando nuestros egos creyéndonos unos iluminados porque confundimos el uso de las herramientas con el propósito todavía inalcanzado.
Pero… ¿Cuál es ese propósito? ¿Qué es lo que nos falta? ¿A dónde debiera habernos conducido nuestra respuesta a la llamada del corazón? La respuesta a estas preguntas debiera de resultarnos harto evidente. No obstante el mundo de las apariencias y la búsqueda de la satisfacción de nuestras necesidades más inmediatas y egoístas nos tiene a todos cegados. Pues… ¿A que otra cosa sino a nuestro corazón pudiera conducirnos la llamada de nuestro corazón?
Es a nuestro corazón hacia donde debemos volcar nuestra mirada. En caso contrario de muy poco o de nada nos servirá sentarnos a meditar durante años enteros, dedicar nuestras vidas al estudio de la naturaleza del alma humana, o sacrificar nuestro tiempo y energía en la ayuda de los más necesitados… Porque será solamente en nuestro corazón donde encontraremos la única fuente de sustento que habrá de colmar nuestras necesidades más profundas. Solo entonces nos encontremos en disposición de ayudar con nuestro ejemplo a quienes se hallen susceptibles a ello.
Eso es lo que todos buscamos sin saberlo: nuestro corazón… La voz de la sabiduría y de la certeza instintiva que solamente en su interior anida, a la espera de que encontremos la honestidad necesaria para dejar a un lado nuestros intereses particulares y, de una vez por todas, aprendamos qué es el amor verdadero.
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