Dejar de fumar es tan fácil como querer dejar de fumar. Y de ser así, más tarde o más temprano cualquier persona termina dejando de fumar.
¿Quieres dejar de fumar o no?
Ahora bien, si uno cree que quiere dejar de fumar, cuando en el fondo no quiere, no habrá forma humana de que lo consiga. Así que lo primero que debe de hacer una persona que crea querer dejar de fumar, es asegurarse de que está siendo honesta consigo misma. En caso contrario, lo único que conseguirá será pasar algún mal rato que otro reprimiéndose en vano, perder su tiempo y, sino se espabila, también su dinero dependiendo de qué método ––cada cual de ellos más absurdo y saca muelas–– propuesto por la sociedad de consumo decida utilizar para intentar liberarse de su vicio.
¿Sabes por qué fumas?
Si uno tiene claro que realmente quiere dejar de fumar, lo único que tendrá que hacer para conseguirlo, será comprender porqué fuma; es decir, comprenderse a sí mismo; visualizar el camino que recorre su mente consciente ––en este último caso arrastrada siempre por la subconsciente––, antes de empujarle a echarse un cigarrillo a la boca; un camino que, como ahora enseguida comprobaremos, tiene muy poco o incluso nada que ver, con una presunta adicción a la nicotina.
El papel que juega la atención
Todo fumador ha tenido en algún momento la ocasión de comprobar, cómo cuando algo mantiene su atención lo suficientemente distraída, ni tan siquiera se le pasa por la cabeza la idea de fumarse un cigarrillo, o si acaso sí se le pasa, ésta no ejerce sobre él la influencia suficiente como para verse impelido a echarse uno a la boca deprisa y corriendo; que es precisamente lo que apenas puede evitar hacer cuando ninguna otra cosa reclama su atención aparte de la propia idea de fumarse un cigarrillo.
No son pocas las ocasiones en las que cuando un fumador advierte este acontecimiento, se dice a sí mismo o a aquellas personas que le rodean:
––Fíjate, llevamos aquí más de dos horas “haciendo esta cosa o aquella otra”, y ni siquiera me he fumado un solo cigarrillo cuando, normalmente, me habría fumado ya por lo menos dos, o incluso tres.
Pues bien; éste es un hecho que permitirá comenzar a atisbar a cualquier persona medianamente inteligente que se pare a pensar en ello detenidamente, que en realidad un fumador no es ni mucho menos todo lo adicto a la nicotina que cabría esperar; puesto que de ser así sufriría los síntomas asociados a ésta su presunta adicción, siempre que hubiese pasado cierta cantidad aproximada de tiempo desde el consumo de su última dosis, y no únicamente cuando hallándose su atención libre de otros focos de distracción, se posase en la idea de fumarse un cigarrillo.
A lo que todos los seres humanos, así seamos fumadores o no, somos adictos, es a la búsqueda del placer o, lo que viene a ser esencialmente lo mismo, a la de la eliminación del displacer. Y como sucede que nadie nos ha enseñado a amarnos a nosotros mismos o, lo que viene a ser lo mismo, a encontrar el camino que nos permita mantenernos en paz con nosotros mismos, siempre necesitamos hacer algo extraordinario para así poder hacerle un quiebro al displacentero sentimiento de vacío que nuestra mera consciencia de ser nos inspira. Querer, o no querer ser; ésta sí es ––con todos mis respetos hacia William Shakespeare–– la verdadera cuestión; de la que precisamente parte la que es una de las mayores incongruencias del ser humano: su casi permanente insistencia por matar el mismo tiempo de cuyo fin, por otra parte, tanto rehúye. Y tal y como todo fumador tiene la oportunidad de comprobar quién sabe hasta en cuantas ocasiones a lo largo de cada uno de los días de su vida, los seres humanos hemos llegado a desarrollar con este ultimo fin recién referido, hasta los hábitos más degradantes y autodestructivos.
Entonces, definitivamente, ¿en qué quedamos? ¿Fumamos porque somos adictos a la nicotina? ¿O por qué somos incapaces de aguantarnos a nosotros mismos y, para no tener que hacerlo, nos habituamos a desviar nuestra atención hacia cualquier otra cosa externa a nosotros, como por ejemplo lo es el aparentemente insignificante hecho de fumarnos un cigarrillo?
La respuesta a esta pregunta la obtendréis en cuanto pongáis un poco de vuestra parte, y os esforcéis por retirar la atención de la idea de fumaros un cigarrillo en cada una de las ocasiones que ésta haga su aparición. Pues si realmente queréis dejar de fumar y, por consiguiente, ponéis lo que hay que poner para retirar dicha idea de vuestra atención, comprobaréis llenos de asombro que nunca fuisteis adictos a la nicotina; que eso únicamente es lo que a “ellos” ––no ya únicamente a quienes venden el tabaco, sino a quienes venden parches o chicles de nicotina, terapias láser para dejar de fumar, etcétera–– les ha interesado creer y hacer creer a los demás para así llenarse los bolsillos a costa del sufrimiento y la enfermedad ajenas.
Lo único que es necesario hacer para conseguir dejar de fumar de un día para el otro sin que uno se vea obligado a pasarlo mal reprimiendo su deseo ––además de gastando su dinero en chorradas varias––, es querer dejar de fumar realmente, y retirar su atención de la idea de fumarse un cigarrillo según ésta acuda a su mente, hasta que llegue el día en el que a base de evitar pensar en ello, su hábito “atencional” de pensamiento hacia el cigarrillo termine rompiéndose para siempre; algo que ocurrirá mucho más rápido de lo que nadie pudiera llegar a imaginarse, siempre y cuando uno realice bien este ejercicio y, eso sí, se mantenga lo más alejado posible de otros fumadores; ya que como ha de resultar obvio, en la presencia de estos últimos siempre resultará algo más difícil el conseguir retirar la atención de la idea de fumarse un cigarrillo.
Ponte manos a la obra
Si realmente quieres dejar de fumar, no lo dudes: deshazte de tu paquete de tabaco, y comienza a poner en práctica este ejercicio ahora mismo; sí, aquí, y ahora mismo.
Básicamente para dejar de fumar, el más elemental de entre los ejercicios de meditación. Y es que aunque desgraciadamente nadie nos lo haya indicado con anterioridad, nuestra atención es el vehículo de nuestra energía. De modo que nuestra energía se ve irremisiblemente impelida a acudir allí donde enfocamos nuestra atención.
Evita pensar en el tabaco, y comprobarás que tu cuerpo apenas muestra síntoma alguno de la que presuntamente era tu poderosa adicción a la nicotina.
La adicción
Es más; si eres “presuntamente” adicto a cualquier otra sustancia o hábito de conducta, te digo exactamente lo mismo: retira tu atención de cualquier idea o proceso mental vinculado a tu presunta adicción conforme estos se presenten en tu mente, y muy pronto comprobarás que a lo único que eres verdaderamente adicto es a evadirte de ti mismo mediante el desarrollo de diversos procesos mentales de carácter obsesivo que, ni que decir tiene, tan obsesivamente, te empujan a distraer tu atención ––insisto, de ti mismo–– y, con ello, a volcar tu energía bien sea sobre ésta o aquella otra sustancia, o comportándote de ésta o aquella otra manera.
Las erróneamente denominadas “adicciones a ésta o aquella otra sustancia o hábito de conducta”, muestran claramente cómo funciona éste el proceso energético-atencional que, por norma general y hasta que caemos en la cuenta, gobierna de un modo casi absoluto nuestras vidas en muchos más aspectos de los que nos creemos. Para obtener más información a este respecto, recomiendo la lectura del libro que estoy escribiendo y cuyo título es “El puente de la atención”.
La información proporcionada en cultivarsalud.com ha sido planteada para apoyar, no reemplazar, la relación que existe entre un paciente/visitante de este sitio web y su médico
Índice de contenidos