25 noviembre 2021: Día internacional para la eliminación de la violencia de género dedicado a las mujeres con discapacidad

Hay quienes dicen que la violencia no tiene género ni otros apellidos. Creo que es necesario poner un poco de luz sobre este tema (violencia de género) y sobre algunos factores que hacen a determinadas personas más susceptibles de verse envueltas en dinámicas de violencia. En esta ocasión  quiero dar voz a una mujer que tiene una discapacidad y ha vivido en una relación de maltrato, porque su testimonio es muy esclarecedor.  Con su autorización, he resumido el relato (que aparece entre comillas) para adaptarlo al formato y estilo con el que suelo escribir en esta revista, y también he modificado algunos datos personales para proteger su identidad. 

“No voy a dar muchos detalles. Es difícil explicar lo que ha pasado, aún tengo miedo de que él sepa que estoy nombrando lo que hemos vivido juntos, vergüenza de que mis amigos y mi familia lo sepan… A  ver cómo lo cuento sin contar, qué coraje me da seguir con este silencio … 

Primer apellido: el género

Yo nací en un mundo en el que los presidentes del gobierno y los jefes de las empresas eran hombres. En mi familia, el que tenía el control sobre el dinero era mi padre.  En el colegio los líderes eran siempre chicos, y ser  una “nenaza” era un insulto. En la tele observaba  deslumbrantes mujeres objeto de deseo a las que nunca me pareceré y en los telediarios desfilaban noticias de mujeres (también objetos) violadas y  asesinadas. Mientras, mi madre cuidaba de todos. Al mismo tiempo, me enseñaron que puedo llorar, pero que enfadarme no está permitido, que debo ser agradable y gustar, que el amor todo lo puede, que tengo que cuidar a las personas de mi alrededor. 

Te puede interesar:  La revolución del amor

Con esta mezcla explosiva  conozco a un muchacho y nos enamoramos. Así que despliego todo lo aprendido: me esfuerzo por gustarle, soy comprensiva en lugar de enfadarme, él lidera los planes y yo le cuido mucho mucho mucho.  Él, que  creció en el mismo mundo que yo, se sienta cómodamente en su  trono… hasta que a mí empiezan a no cuadrarme ciertas cosas, no estoy tan complaciente, él se calienta y explota.  Ahí tendría que haberme marchado, al verme tirada en el suelo. 

Pero en mi mundo las chicas somos muy comprensivas, “él no es así, algo le ha pasado”, ni se me ocurre pensar que esto sea violencia, “a nosotros no nos pasan estas cosas”. Él me quiere y me lo dice mucho. Acepto las disculpas y… hasta la siguiente. 

Este episodio sucede después de meses de manipulación y machaque psicológico, que por supuesto también pasé por alto. Cada vez hay más agresiones y menos disculpas, más inseguridad en mí y menos fuerzas para marcharme. El ciclo de la violencia me envuelve en su pegajosa tela de araña. 

Segundo apellido: la discapacidad.

Todos tenemos grietas, heridas que nos hacen más vulnerables ante los otros. Pero no todos tienen una discapacidad…Para los que sí, en nuestro mundo la  Constitución Española nos llama “disminuidos”, la gente nos compadece y nos trata como si  fuéramos tontitos,  todo está menos adaptado de lo que se presume, y vemos que lo que para otras personas es sencillo, para nosotros es muy muy muy difícil. 

Así que, además de machacarme mi pareja recordándome lo inútil que soy y la pesada carga que supongo, el mundo me repite que valgo menos (minus válida), que aunque me traten como idiota debo estar agradecida (“encima que mechan una mano, ¿qué voy a decir?”). Si quiero denunciar o acudir a algún centro para pedir  ayuda, no puedo hacerlo sola. La vergüenza y la culpa me ahogan, “¿a quién le cuento esto? Nadie me va a creer”. Además del “¿podré vivir sin él?” Así que sigo hundiéndome en un pozo infinito, enredada en esa tela de araña que cada vez me comprime más.

Te puede interesar:  La música y su desarrollo en el Ser Humano

No hay final feliz

Conseguí dejar la relación, pero nunca le denuncié, ni creo que lo haga. ¿Para qué? Siento que solo serviría para quedarme más expuesta, para que me compadezcan o me digan que me lo invento… ninguna de las dos opciones me sirve.  Él sigue su vida, impune,  con una nueva pareja a la que imagino que también machacará, y que le cuidará esperando que cambie. Yo arrastro un deterioro físico, mental, social y laboral/económico, como no puede ser de otra manera, porque estos años me han pasado factura. Tarde, siempre nos marchamos tarde…

¿He tenido suerte porque estoy viva y pude dejarle? Sin duda. La violencia tiene aún más apellidos. Habría sido más difícil si yo fuera de otra raza, si viviera en un pueblo, si tuviera 70 años… Pero el desgaste de la violencia continuada (violencia física, psicológica, sexual y ambiental, ese fue el maravilloso diagnóstico que recibí) ha erosionado mi  vida de manera que, aunque noto avances gracias a la terapia, tengo la sensación de que hay  heridas que no se curan sino que  hay que aprender a vivir con ellas. No nos engañemos, en una historia de violencia no hay final feliz.”

Espero que este amargo final sea un motor para el cambio. El primer paso para solucionar un problema es reconocerlo. Negar que la violencia tiene género obstaculiza los avances.

Artículo anterior¿ Que es ?… Discovering the Plant World (plantas del mundo)
Artículo siguienteComo cuidar las plantas en invierno

 

  • Diplomada en Terapia Gestalt por la Escuela Madrileña de Terapia Gestalt
  • Master en Musicoterapia por el Centro de Investigación Musicoterapéutica de Bilbao
  • Experta en Medicina Psicosomática y Psicología de la Salud por la Asociación Española de Medicina Psicosomática y Psicología de la Salud.
  • Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.
  • Experta en violencia de género y mediación familiar por la Universidad Antonio de Nebrija

 

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí