¿Has contemplado alguna vez la posibilidad de que la música pueda ayudarte a sanar? Sin duda, todos hemos sentido los efectos que la música causa en nosotros: nos activa o relaja, nos conecta con diversas emociones, deseos o recuerdos, podemos expresar lo que sentimos cuando cantamos una canción, etc. De esta manera podemos intuir su poder terapéutico.
Desde las culturas ancestrales se le han otorgado atributos curativos a la música. Sin embargo, la musicoterapia como disciplina científica existe desde hace relativamente poco. Surgió durante la segunda guerra mundial, al ver resultados positivos en varios hospitales de EEUU con soldados heridos, cuando diversos músicos tocaban para ellos.
A partir de ese momento, la musicoterapia se ha construido a través de investigaciones científicas en diversos campos, creación de modelos y protocolos de tratamiento y carreras que la acreditan entre otras cosas.
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Pero, ¿qué es la musicoterapia en sí?
La Federación Mundial de Musicoterapia la define como “el uso profesional de la música y sus elementos como una intervención en entornos médicos, educacionales y cotidianos con individuos, grupos, familias o comunidades que buscan optimizar su calidad de vida y mejorar su salud y bienestar físico, social, comunicativo, emocional, intelectual y espiritual. La investigación, la práctica, la educación y el entrenamiento clínico en musicoterapia están basados en estándares profesionales acordes a contextos culturales, sociales y políticos.” (WFMT, 2011)
Como su definición indica, la musicoterapia tiene un amplio campo de acción y cada musicoterapeuta decide orientarse en un área específica. Esta disciplina combina el arte, la ciencia y las relaciones interpersonales para acompañar a la persona o grupo en su proceso.
¿Qué experiencias se pueden vivir en un tratamiento con musicoterapia?
Las actividades que puede experimentar la persona que asiste a un proceso con musicoterapia están diseñadas por el profesional de acuerdo a la valoración inicial y periódica, a los objetivos que se trazan y a la historia personal y musical del paciente. Sin embargo estas actividades se pueden generalizar en cuatro métodos principales:
Improvisación
Consiste en crear música en el momento presente, mientras se canta o se toca un instrumento. Este método podría ayudar, por ejemplo, a expresar sentimientos difíciles, desarrollar espontaneidad, libertad de expresión, autonomía o identidad
Composición
Con este método se crean piezas musicales de una manera más estructurada y planeada. Puede ser útil fomentando la toma de decisiones y la capacidad para cumplir objetivos o también, documentando sentimientos y pensamientos.
Re-creación
Aquí se interpreta música que ya ha sido creada previamente, bien sea por el paciente o por otros artistas, y sería de utilidad, por ejemplo, en el desarrollo o rehabilitación motora, trabajo en equipo o control de impulsos.
Método receptivo
El paciente escucha la música y responde a ella de diversas maneras, por ejemplo, imaginando, comparando la letra de la canción con su vida, moviendo el cuerpo etc. Puede utilizarse para reconfortar, compartir ideas o sentimientos, relajar o activar el cuerpo o explorar la mente consciente e inconsciente.
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¿Qué hace que la música sea una herramienta terapéutica efectiva?
En general, todos los seres humanos nos relacionamos con la música de alguna manera, independientemente del género que nos guste. A lo largo de nuestra vida, las canciones y piezas musicales con las que nos relacionamos, van llenándose de significados y nuestra mente comienza a asociarlas a personas, relaciones, momentos, emociones, estados de ánimo, sensaciones corporales, anhelos y/o ideales, que, llevándolos a un proceso terapéutico, nos pueden dar información de las causas de lo que vivimos actualmente, de las emociones que sentimos, nos permite expresarnos, tal vez de un modo más completo de lo que podríamos hacerlo por medio de las palabras, e ir encontrándonos con las herramientas que poseemos para transformar y trascender las situaciones que nos generan conflicto.
Por otro lado, así no nos consideremos talentosos para la música, somos seres musicales por naturaleza. Nuestro corazón tiene un ritmo, al igual que nuestra respiración o nuestro caminar. Nuestro llanto fue la primera melodía que emitimos, y siguió desarrollándose por medio del habla. Nuestros estados de ánimo, o físicos influyen en el timbre, la resonancia, el volumen de nuestra voz. Cuando cantamos o tocamos un instrumento todos estos contenidos se expresan en lo que interpretamos, y al contrario, la música puede llegar a sintonizarse con nuestros ritmos biológicos y modificarlos poco a poco.
Al tocar o escuchar música se integran diversas partes de nuestro cerebro, lo que puede ser muy útil a la hora de integrar mente, emoción y cuerpo, para un proceso de rehabilitación en el que algún área del cerebro o parte del cuerpo haya sufrido daño, o incluso para ayudar en la integración sensorial de personas con autismo.
Estas son sólo algunas de las bases que sustentan la musicoterapia desde las áreas psicológica y fisiológica. Existen muchas más y vale la pena desarrollarlas en siguientes artículos. Cabe resaltar que la musicoterapia es una disciplina que debe ser ejercida por un profesional formado en el área, que conozca la aplicación de esta en el ámbito terapéutico y pueda aplicarla con ética y profesionalismo.
Si te llama la atención, queda la invitación abierta a que la experimentes personalmente.
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